Otra vez, una y mil
preguntas más aún sin la respuesta esperada con justicia desde hace mucho: ¿por
qué, en forma tan alarmante, se ha incrementado en los últimos años la
migración en los países pobres de la región, incluyendo el nuestro? Todos con
la falsa esperanza de alcanzar el mal llamado sueño americano. Este preocupante fenómeno se
ha vuelto incontenible a pesar de tanto esfuerzo por frenarlo. Ha tomado un
nuevo rostro: el rostro maltratado de niños y menores de edad, quienes, también
ellos, se han visto obligados a dejar la patria para buscar la vida que en la
misma se les ha negado injustamente desde siempre. Esto lo demuestran los más
de 60 mil menores recluidos en los nuevos campos de concentración del país del
norte, esperando, impotentes, como única respuesta a su derecho, el ser
deportados como delincuentes. De éstos, cerca de 15 mil son connacionales o
hijos, como nosotros, de este México al que nuevamente intentan llevar a la
esperanza real de un cambio verdadero con el anuncio de las reformas
estructurales en curso.
¿Por qué ningún poder, ni
fuerza alguna, puede frenar el paso diario de miles de migrantes, mexicanos y
centroamericanos? Ni la construcción de muros fronterizos de todo tipo ni la
sobremilitarización de las mismas fronteras con sofisticados sistemas de
vigilancia. Tampoco los altos riesgos, ni las peores amenazas de muerte que
sufren cada día sobre La
Bestia en su paso obligado a lo largo de nuestro país. A esto
se suman los sobornos, secuestros masivos y violaciones de mujeres, incluida la
muerte misma de cientos de desaparecidos, descubiertos después con horror en
fosas comunes. Todo esto, fruto de las fuerzas inhumanas del crimen organizado;
sin olvidar las altas cuotas que cobran los coyotes… Si es tanto el agravio que sufren todos
los migrantes, ¿por qué nada los detiene en su riesgoso intento?
La respuesta es ya por
todos conocida. Para el modelo social dominante que hemos asumido o que nos han
impuesto, resulta prioritario asegurar la mayor acumulación posible de ganancia
en favor del gran capital, sobre la dignidad de la persona, como también sobre
el derecho que tiene el trabajador a un salario justo y al reparto equitativo
de utilidades. Esto conduce a una injusta apropiación o acumulación de bienes
en manos de muy pocos, provocando, en consecuencia, una exclusión cada vez
mayor, así como la pobreza extrema de densas mayorías. Lo que conlleva, en un
trágico círculo vicioso, a la inevitable migración de todas las nacionalidades,
buscando todos con desesperación una sobrevivencia más difícil cada día fuera
de su propia nación. Esta situación se agrava todavía más con la violencia
extrema que viene del crimen organizado, signo de la máxima descomposición
social que genera el mismo sistema. De aquí han surgido los maras, Los Zetas, Los caballeros templarios, La Familia y otros
que azotan el país. Otra consecuencia del mismo sistema es el uso irracional y
destrucción de los recursos naturales y la extrema contaminación de los mismos,
como la reciente derrama de 40 mil metros cúbicos de sulfato de cobre en el río
Sonora por el Grupo México, y los 4 mil barriles de petróleo derramados en el
río San Juan, en Cadereyta, NL. ¿Cuánta contaminación nos traerán las
trasnacionales petroleras anunciadas? También la contaminación y la mayor pobreza
que causan las compañías mineras extranjeras a lo largo del país, y el
megaproyecto del Dragón Mart chino en Cancún, comercio desleal extranjero que
afectará grandemente el comercio nacional.
Por todo esto, el desafío
actual no es cómo frenar ya esta migración incontenible y preocupante, lo que
ha sido y será imposible, ni siquiera cómo lograr leyes migratorias justas,
porque esto no bastaría para resolver el problema. Lo verdaderamente urgente es
cómo frenar y desmantelar ya esta maquinaria o sistema social generador de tal
acumulación injusta de bienes, con su consecuencia inmediata: la abrumadora
miseria de las mayorías, esa que obliga a millones de migrantes a arriesgarlo
todo para buscar, con un derecho irrenunciable, la vida que les niega su propia
nación, como sucede también en la nuestra. Para asegurar, en cambio, un justo y
equitativo reparto de bienes que venga a resolver de raíz la pobreza
extrema de las mayorías y detener, sólo así, la preocupante migración.
Frente a está situación
está la pregunta ya planteada anteriormente: ¿en favor de quiénes serán los
beneficios de las reformas estructurales que tanto nos anuncian? ¿Por fin se le
hará justicia al México de abajo, que es el que expulsa cada día a tantos
conciudadanos en pobreza extrema, obligándolos a salir de la patria para
buscar el falso sueño
americano?
La Bestia, el único servicio
gratuito que miles de migrantes, incluyendo a los nuestros, se han tomado para
buscar, con derecho, una sobrevivencia cada día más difícil, les ha sido cooptada
impunemente por las fuerzas del crimen organizado, haciendo más difícil y
riesgoso su paso por México. ¿No deberían nuestros gobiernos, estatales y
federal, proteger, de oficio, la dignidad, el derecho y la integridad
física de cada migrante ante el acoso criminal de tales delincuentes?
Desde el silencio de estas
montañas del sureste mexicano se sigue levantando el grito que despertó y
sacudió a todo el país aquella madrugada del 94: Basta ya de estos
sistemas sociales de exclusión y muerte, de injusticia y desigualdad… para
buscar todos juntos un México de verdadera justicia, democracia y libertad…
* Párroco de San Andrés,
miembro del equipo histórico de don Samuel Ruiz García
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