El pasado 6 de febrero, España se
despertaba con una nueva tragedia en la frontera que separa Ceuta de Marruecos.
Allí, varios centenares de inmigrantes subsaharianos buscaban acceder a nuestro
país con el horizonte de una vida mejor; quince fallecieron ahogados
tras lanzarse al mar al no poder entrar por tierra, porque se lo impedían las
fuerzas de seguridad españolas y marroquíes.
La
realidad muestra que el control férreo de las
fronteras no es la solución, pues no solo no disuade a aquellos
que quieren entrar en nuestro país, sino que aumenta el peligro de que sucesos
como los del pasado día 6 puedan volver a repetirse.
Ante
esta situación, la Iglesia volvió a
manifestarse para defender la dignidad de todo ser humano
y para denunciar, como hizo el Papa en Lampedusa, lo que es una vergüenza.
Así,
el Secretariado de Migraciones de la Diócesis de Cádiz y Ceuta,
tras expresar su solidaridad con las familias de los fallecidos, denunció
“la muerte de estos inocentes y las causas que las originan”.
“Demandamos a los Gobiernos de todos los países afectados en estos graves
sucesos –generados por una inmigración que vive una situación muy desesperada–
que aborden las políticas y los medios necesarios para evitar que se repitan
estos dramas y tragedias”.
Más
testimonial es la reflexión que el director del Secretariado
de Migraciones de la CEE, José Luis Pinilla, hace llegar a Vida Nueva: “Ante las muertes en El Tarajal, me
ha impresionado, además de la tragedia, la permanente lucha de los inmigrantes.
Me duele en el alma que también se habrán llevado, si la angustia les deja ser
mínimamente conscientes de ello, un sentimiento de haber sido
traicionados, de que no era esto lo que les habían prometido
las noticias e imágenes de la vieja Europa en la sufriente y eternamente joven
África. Traicionados y, lo que es peor, impotentes”.
También
emotiva y contundente es la reflexión que el arzobispo de Tánger,
Santiago Agrelo, hace en su carta semanal. Una reflexión que
acompaña de una fuerte denuncia de lo que llama “lo
inaceptable”, porque así califica el que la vida de un ser
humano tenga menos valor que una supuesta seguridad o impermeabilidad de las
fronteras de un Estado, o que “mercancías y capitales gocen de más derechos que
los pobres para entrar en el país”, del mismo modo que lo es que “una
decisión política vaya llenando de sepulturas un camino
que los pobres recorren con la fuerza de una esperanza”.
FRAN OTERO
Nenhum comentário:
Postar um comentário