segunda-feira, 18 de julho de 2011
inmigrantes
La crisis no ha detenido el flujo de extranjeros, solo lo ha ralentizado – Las políticas restrictivas son inútiles a largo plazo – La globalización se demuestra irreversible.
Los números rojos de la economía de los países que han visto crecer en los últimos años el porcentaje de extranjeros entre su población no pueden volver a levantar las barreras destruidas por la globalización. Y el aumento del número de parados en Occidente no va a alterar esta tendencia a largo plazo.
Según el último informe sobre Inmigración, publicado ayer por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en 2009 el flujo de inmigrantes permanentes en los 24 países miembros de la organización se ha reducido en un 7%, pero en cifras absolutas -4,3 millones de personas- está aún en niveles superiores a cualquier año anterior a 2007, es decir, los albores de la recesión mundial.
“Muchos de los factores que empujaron al alza el número de inmigrantes antes de la crisis no han desaparecido. Sigue habiendo una necesidad estructural de trabajadores extranjeros en varios países y el envejecimiento de la población avanza, así como la globalización de las economías y la integración europea”, explica por teléfono Thomas Liebig, del departamento de Migraciones Internacionales de la OCDE.
Europa es una de las zonas, junto a Japón y Corea del Sur, donde la reducción de los flujos migratorios ha sido mayor, sobre todo en países como República Checa (un 46% menos), Irlanda (42%), Italia (25%) o España (con una caída del 18%, mucho más reducida del 43% registrado entre 2007 y 2008). Mientras que en otros países de la OCDE, como Australia, Canadá e incluso Estados Unidos -donde los datos del desempleo no paran de crecer-, ha habido un ligero aumento. Los movimientos entre los Estados de la UE se colocan entre los datos más bajos: un 22% menos.
Cifras importantes pero no tanto como, según la OCDE, cabía esperar dada la magnitud de la crisis y el endurecimiento de las políticas migratorias registrados en algunos países. A pesar de que las primeras cifras estimadas para 2010 indican que sigue esa tendencia de repliegue, “la demanda de trabajadores emigrantes volverá a subir”, pronosticó ayer el secretario general de la organización, Ángel Gurría, en la presentación del informe en Bruselas.
En general, mientras los chinos, como viene siendo habitual en los últimos 10 años, siguen siendo los ciudadanos que más emigran (son el 9,2% del total, aunque entre 2007 y 2009 la cifra ha bajado en un 14%), han disminuido las llegadas desde América del Sur (36% menos) y Europa del Este (12% menos), sobre todo, porque menos personas se desplazan desde Rumania, Bulgaria y Polonia. Un caso, el polaco, es singular: el país que con su entrada en la UE desató el pánico de la invasión (Francia vivió una campaña contra el “fontanero polaco” en el debate del referéndum de la Constitución europea) empieza a emerger ahora como lugar de destino gracias a los buenos datos económicos mantenidos durante la crisis.
“La reducción de la inmigración, más que los cambios en las políticas nacionales, la ha determinado el empeoramiento de la situación económica. Más que la política, ha influido la reducción de la demanda, y es una reacción natural”, explica Liebig. Además, si bien la inmigración ha entrado en el debate público sobre la crisis, los cambios aplicados a nivel normativo han sido “bastante cautos”. Algo positivo, según el experto. “No ha habido una reacción como la que se registró en los años de la crisis petrolera de los setenta, cuando países como Alemania, Austria, Bélgica, Holanda y Francia cerraron completamente las puertas. Esto no lo hemos visto ahora: por ejemplo, España ha reducido el contingente en las áreas de difícil cobertura, pero no se ha cerrado del todo el acceso. Y es lo que hay que hacer: no cerrar las puertas en las áreas donde hacen falta trabajadores inmigrantes y no adoptar medidas que impidan que la inmigración contribuya a la recuperación económica”.
Liebig es consciente de que se trata de recomendaciones difíciles de transmitir a la opinión pública, sobre todo en circunstancias como la española, en la que la tasa de paro es de más del 21% y supera el 30% entre la población extranjera (una tendencia general: en 2009 el desempleo registrado en los países OCDE era del 14,7% entre los extranjeros frente a una media del 8,9% entre los nativos). Precisamente por eso, dice, la obligación que tiene ahora la política es “tener un discurso equilibrado sobre la inmigración” y “poner todas las cifras sobre la mesa”, recordando la aportación que, en tiempos de bonanza, los trabajadores inmigrantes han hecho al crecimiento económico. Es decir, evitar “sobreactuar” y las propuestas alimentadas más por el populismo que por la realidad. En España, recordó ayer Gurría, el estallido de la población inmigrante -”singular”, porque se “produjo en 10 años un incremento que en otros países necesitó décadas”- no fue una carga, al contrario: “Fue emigración legal, lo cual alivió las cuentas públicas y de la Seguridad Social, porque los inmigrantes contribuían con sus impuestos” al sistema.
Aunque entre esos inmigrantes abundaban los no cualificados, Gurría subrayó como hecho positivo el que logró “incrementar la productividad de España, al permitir el acceso al mercado de trabajo de las ciudadanas españolas”, ya que las trabajadoras inmigrantes se han encargado del cuidado de los hijos y de la casa. “Era una situación en la que todos salían ganando, pero que con la crisis ofrece su cara negativa: aquellos inmigrantes reclaman ahora el subsidio de desempleo y otros servicios sociales”, dijo Gurría, a quien no se le escapa que “en un entorno de alto desempleo, los inmigrantes” sufren más el paro.
“Los Gobiernos deben pensar dónde recortan. No tienen que olvidar que hay que invertir en la integración de los inmigrantes y esto es importante, sobre todo para países como España”, subraya Liebig. Y el experto atribuye el aumento de la xenofobia en economías como Alemania, Holanda, Bélgica o Francia a una falta de previsión en la puesta en marcha de políticas de integración, ya que la crisis no ha golpeado allí tan fuerte como en otras partes de Europa y que tienen a los trabajadores extranjeros bien integrados en el mercado laboral. “La reacción que vemos en estos países se debe a que no han invertido en integración. Quizá porque pensaban que la gente que llegaba volvería a su país de origen”, subraya. Para Liebig se trata de la “inversión de futuro” más necesaria precisamente donde, como en España y los otros países del sur de Europa, la inmigración ha sido consistente en los últimos años y muchas personas se han visto atrapadas, junto a la población local, en la espiral del paro.
La preocupación podría ser que una inmigración aparentemente poco cualificada se conviertiera en una rémora para una economía que debe competir en un mundo globalizado y, por lo tanto, requiere sobre todo alta cualificación. Al respecto, los responsables de la OCDE hicieron notar ayer en Bruselas cómo el 24% de los inmigrantes llegados a España tienen titulación universitaria, frente al 18% de la población española en general, datos que deben imponer cautela a la hora de establecer estereotipos negativos sobre los inmigrantes.
John Martin, director de Empleo de la OCDE, señaló que “cuando la economía española se recupere harán falta trabajadores cualificados, pero también seguirán haciendo falta empleos no cualificados, que serán cubiertos por inmigrantes. Esto permitirá a los españoles cualificados entrar en el mercado de trabajo”, y añadió: “Los países deberán atraer personal cualificado y en eso España está por detrás de los países europeos”.
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