No todos los migrantes bolivianos se someten. Hay
quienes vencieron el temor, regularizaron su situación y ahora están en
empresas que les dan mejores condiciones de trabajo. Sin embargo, la mayoría
sigue siendo presa fácil del sistema esclavizante
Una estrecha puerta y más de quince escalones
semidespintados conducen al taller. Pasar por allí no es más que el preámbulo a
la esclavitud disfrazada y que sirve de sostén a cientos de tiendas de marcas
reconocidas que, de espaldas a esta realidad, exhiben en las vitrinas sus más
novedosos diseños.
El lugar es un cuarto de
unos tres por cinco metros cuadrados, con diez máquinas de coser y cinco
operarios, todos bolivianos que miran de reojo y desconfianza sin comentar nada.
Lucio, el dueño, es otro boliviano que conserva el acento andino; llegó a San
Pablo (Brasil) hace siete años y decidió adquirir un taller que le
ofrecieron.
Desde afuera todo
aparenta ser una simple vivienda rodeada con techos de calamina. Está ubicada
en la avenida Cerejeiras de la gran ciudad brasileña. Quien no conoce lo que
sucede ahí, ni sospecharía que se esconde un taller ilegal, como otros que
están en la vereda del frente y que también parecen cualquier inmueble.
Lucio es un hombre
sencillo y de pocas palabras. En su taller hay un montón de atadijos de telas
embolsadas o en canastillos y que las tiendas ("magazines") le traen
ya cortadas de acuerdo al diseño de la temporada para que allí las costuren y
hasta les pongan la etiqueta.
Los costureros aguantan
el ambiente pesado que se siente en la pieza con techo bajo, donde la resolana
invade a través de las ventanas apenas abiertas y una pequeña puerta. Al fondo
está el baño y al lado hay otra habitación que sirve de dormitorio de los
operarios.
El hombre cuenta que las
tiendas le pagan 10 reales por blusa (unos $us 4,5), mientras que estas las
venden al consumidor en un monto hasta diez veces mayor. De los 10 reales, uno,
dos o en el mejor de los casos 2,5 reales, le llegan a cada trabajador. A
cambio, Lucio les da techo, comida y trabajo, pero ellos deben trabajar 15 o
más horas. Por ejemplo, un lote de 800 blusas deberá ser entregado en unos 15
días. Se estima que en este tipo de trabajo un ilegal llega a percibir unos 758
reales al mes (cerca de $us 320) o un poco más. Como estos, hay miles de
bolivianos en los talleres ilegales, muchos son traídos por los llamados
"coyotes" y otros por sus propios familiares. Y es que se genera una
especie de círculo vicioso donde, por lo general, el que se convierte en patrón
va trayendo a sus allegados.
Cristian, un joven de 19
años hace seis meses dejó El Alto de La Paz y llegó a San Pablo traído por su
hermano mayor. Ambos trabajan en un taller de bolivianos. El más joven empezó
ganando 400 reales al mes, ahora tiene un ingreso de 1.000 reales y está
seguro de que en poco tiempo podrá juntar más dinero. Para él es lo mejor que
le ha pasado, porque en El Alto no tenía opción de trabaj. Él no habla de la
ilegalidad, pero cuando insistimos en visitar el taller es evasivo, al igual
que Lidio Gonzales, un tarijeño de 44 años, que dice tener un taller legal,
pero también evita a la prensa.
Pascual Chambi, de 68
años, hace dos años que decidió dejar su vida hecha en La Paz, para seguir a su
familia que migró a San Pablo. Pese a su edad, no le quedó otra que sumarse a
la costura en el taller donde trabajan sus hijos. “Más o menos bien”, dice en
voz baja cuando se le pregunta por el trabajo que hace y solo atina a decir que
es cansador, sin dar más detalles.
La otra realidad
Hace 14 años que Marina
Coca (32) dejó Cochabamba y migró a San Pablo; al principio fue una simple
costurera ilegal como muchos coterráneos, pero con el tiempo obtuvo sus papeles
y encontró trabajo en la industria textilera DL (en alusión al propietario Dann
Leonard), ubicada al norte de la ciudad de San Pablo. Allí trabajan unos 200
extranjeros, el 99% es boliviano.
A diferencia de otros
talleres, esta es una empresa legal donde el pago no se hace por prenda, sino
por producción diaria. Marina es encargada de una unidad de la empresa en la
que trabajan 30 bolivianos, con un promedio de 30 años de edad, el más
joven es Luzber, de 17 años. Pero Marina también tiene su propio taller con 50
operarios, ella pone la mano de obra y la empresa la infraestructura.
En cada unidad se
producen unas 400 prendas por día y si el trabajador cumple con la producción
que está prevista en una planilla, recibe su pago total. Ingresan a las 7:00 y
salen a las 18:00, con derecho a dos horas de almuerzo y descanso.
No es la única boliviana
que logró ubicarse bien. Silverio Q. también llegó hace 14 años y luego de
acogerse a la amnistía para la legalización de migrantes, se capacitó en diseño
y confección en San Pablo y ahora dirige una unidad de la industria DL donde trabajan
bolivianos y tiene otra donde la mano de obra es propia, pero la
infraestructura es de la empresa.
Dos mundos diferentes
Un trabajador con
experiencia en costura gana entre 1.000 y 1.200 reales en un taller
clandestino, pero para llegar a ese monto debe cumplir con más de las ocho
horas permitidas por la Ley del Trabajo. Por lo general, el dueño del taller le
da comida y techo a él y a sus hijos, si los tuviese, en el mismo lugar (en
condiciones de hacinamiento) a cambio de horas extras. Así, el operario termina
trabajando más de 14 horas al día. Solo gasta en ropa y cosas para su aseo
personal, el resto lo guarda. Logra ahorrar a un costo elevado para su
bienestar.
En un taller legal el
piso (pago mínimo) para un trabajador con experiencia es de 933 reales al mes
(casi $us 400) y puede llegar a ganar unos 1.400. Según la ley, quienes ganan
por debajo de los 1.700 reales están exentos de pagar impuestos al Estado. Sin
embargo, del total ganado, un 11% se va a un fondo de jubilación para el
trabajador.
También tiene aguinaldo y
vacaciones ("ferias2). Si bien la ley no permite que la empresa le dé
vivienda al trabajador, porque sería visto como parte de un sistema
"esclavizador", hay brasileños que a modo de ayudar, les facilitan un
lugar donde vivir, pero fuera de la empresa. Otros migrantes prefieren alquilar
un cuarto en unos 350 a 400 reales, mientras que su alimentación puede
significar unos 250 reales al mes, tomando en cuenta que en su empresa les dan
comida. Ser legal también les permite acceder a créditos s detallstactividad
Seguridad laboral
En los talleres ilegales no hay normas de seguridad. Por ejemplo, se pudo apreciar mujeres trabajando de sandalias, mientras que en los talleres legales todos los operarios tienen que ponerse zapatillas deportivas para evitar heridas en caso de que se caiga alguna tijera u otro implemento.
En los talleres ilegales no hay normas de seguridad. Por ejemplo, se pudo apreciar mujeres trabajando de sandalias, mientras que en los talleres legales todos los operarios tienen que ponerse zapatillas deportivas para evitar heridas en caso de que se caiga alguna tijera u otro implemento.
Ambientes amplios
Mientras un taller clandestino está montado en una pieza de cualquier vivienda, existen talleres legales donde todos los ambientes cuentan con acondicionadores de aire, extintores de fuego y barbijos.
Mientras un taller clandestino está montado en una pieza de cualquier vivienda, existen talleres legales donde todos los ambientes cuentan con acondicionadores de aire, extintores de fuego y barbijos.
Se duplicaron los costos
Bolivianos que son propietarios de talleres de costura coinciden en que el costo para montar uno de estos negocios se duplicó en la última década. Antes se podía abrir uno con 15.000 reales.
Bolivianos que son propietarios de talleres de costura coinciden en que el costo para montar uno de estos negocios se duplicó en la última década. Antes se podía abrir uno con 15.000 reales.
Operativos contra
ilegales
El 30 de julio, el Ministerio de Trabajo de Brasil rescató a 28 trabajadores bolivianos explotados. La Embajada de Bolivia estima que hay cerca de 100.000 bolivianos en esa situacións oaron por la legalidad
El 30 de julio, el Ministerio de Trabajo de Brasil rescató a 28 trabajadores bolivianos explotados. La Embajada de Bolivia estima que hay cerca de 100.000 bolivianos en esa situacións oaron por la legalidad
Mercedes Alcón -
Boliviana
Llegó cuando tenía 18 años
“Vine con muchos sueños de estudiar Medicina, pero aquí me formé en Teología mientras trabajé en costura. Desde hace seis meses trabajo en la empresa DL y gano 1.330 reales al mes. Mis tres hijos son brasileños y permanezco en este trabajo porque nos pagan puntual y eso nos da mayor seguridad que en otros lados”.
Llegó cuando tenía 18 años
“Vine con muchos sueños de estudiar Medicina, pero aquí me formé en Teología mientras trabajé en costura. Desde hace seis meses trabajo en la empresa DL y gano 1.330 reales al mes. Mis tres hijos son brasileños y permanezco en este trabajo porque nos pagan puntual y eso nos da mayor seguridad que en otros lados”.
Andrés Tintaya - Paceño
Volveré a Bolivia por mi familia
“Ya llevo siete años en San Pablo, al principio tenía problemas con mis documentos, pero gracias al acuerdo entre Bolivia y Brasil me acogí a la amnistía. Cerré mi taller y me vine a trabajar en esta empresa. Estoy bien, pero no pienso quedarme en Brasil, en Bolivia está mi madre y mi hija, siempre pido vacaciones por 30 días y viajo”.
Volveré a Bolivia por mi familia
“Ya llevo siete años en San Pablo, al principio tenía problemas con mis documentos, pero gracias al acuerdo entre Bolivia y Brasil me acogí a la amnistía. Cerré mi taller y me vine a trabajar en esta empresa. Estoy bien, pero no pienso quedarme en Brasil, en Bolivia está mi madre y mi hija, siempre pido vacaciones por 30 días y viajo”.
EL deber
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