En
este artículo publicado en La
Jornada, Jorge
Durand reflexiona sobre la migración, un fenómeno que ha acompañado
al ser humano durante toda su Historia y que hoy está en crisis.
La
migración es un fenómeno social, aunque también podría decirse
que es natural o connatural al ser humano. Desde su origen remoto los
homínidos se han dedicado a viajar por el globo terráqueo hasta
llegar a sus confines.
Los
descubrimientos recientes de una nueva especie humana, llamada los
denisovianos, cuyos restos se encontraron en una cueva en Siberia,
tienen relación con los habitantes actuales de la Melanesia (3 por
ciento) y entre los aborígenes australianos. Encontrar rastros
siberianos de ADN en otro punto del planeta, a 7 mil kilómetros de
distancia y mares de por medio, pone en evidencia la increíble
movilidad de los homínidos y sus descendientes, el homo sapiens
africano, a través de los siglos.
Pero
las diferentes especies de homínidos no sólo se movían por el
territorio, también se mezclaron entre ellos. Los estudios de ADN
ahora permiten ver la evolución de la especie humana a partir de un
profundo mestizaje entre las diversas ramas y no necesariamente como
si fuera un proceso de evolución de diversas líneas paralelas.
Desde
sus orígenes más remotos la pureza racial no existe, si de razas
pudiera hablarse en aquellos tiempos. Tampoco en la actualidad, que
siempre tenemos casos en la familia donde algún miembro da saltos
para atrás y recupera genes de ancestros insospechados. Así se
señalaba en el México colonial a las castas cuyo origen racial no
podía explicarse y no correspondía con el de los padres: el famoso
“salta pa’tras”. En República Dominicana se dice popularmente
que todos tienen a un negro detrás de la oreja.
Al
parecer el paso natural de los cazadores recolectores, que eran por
definición móviles, para sedentarismo no implicó necesariamente su
falta de movilidad. Los sedentarios seguían siendo cazadores para
complementar su dieta y así exploraban nuevos territorios.
Con
el tiempo el hombre sedentario se aferra a la tierra que le da de
comer y más adelante se apega sentimentalmente al terruño. Pero
todo tiene un límite, cuando la tierra ya no da frutos hay que
moverse. El hambre fue la causa principal para que millones de
irlandeses abandonaran su isla. Se dice que a mediados del siglo XIX
murieron de hambre dos millones de irlandeses y otro número similar
emigró a diferentes partes: Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña,
Chile, Argentina y Australia. Algo similar puede decirse de las zonas
pobres de España y del sur de Italia que proveyeron de migrantes a
todo el continente americano.
El
hambre en el siglo XIX es la crisis económica en el siglo XX. La
economía de los irlandeses se sustentaba en el cultivo de la papa en
el huerto familiar; la economía de los mexicanos en la segunda mitad
del siglo XX se sustenta en el salario. Si no hay trabajo hay que
salir a buscarlo y si no se encuentra, hay que emigrar. En algún
lugar, por lejano que esté, se debe encontrar trabajo.
Es
la crisis económica la que genera la emigración masiva. Pero esta
no viene sola ni afecta de la misma manera a todos los países o a
todas las familias. Los países con exceso de población sufren
doblemente la crisis, al igual que las familias numerosas.
En el mundo agrario un mayor número de hijos se compensaba con una mayor cosecha y disponibilidad de mano de obra. Hasta que llegaba una sequía, una plaga o una enfermedad en los animales y el exceso de población pasaba la factura. No hay reservas que valgan: algunos tienen que emigrar.
En el mundo agrario un mayor número de hijos se compensaba con una mayor cosecha y disponibilidad de mano de obra. Hasta que llegaba una sequía, una plaga o una enfermedad en los animales y el exceso de población pasaba la factura. No hay reservas que valgan: algunos tienen que emigrar.
En
el medio urbano el desempleo de uno de los miembros es una carga, un
lastre para toda la familia. Pero si son varios los desempleados el
panorama se vuelve oscuro. Aquel viejo lema de la familia pequeña
vive mejor, es cierto, especialmente en tiempos aciagos.
La
condición de pobreza es una situación crónica y límite en donde
lo único que queda es luchar por sobrevivir el día a día y no hay
tiempo para pensar en el futuro, participar en política, invertir
tiempo en educación. Por eso la mayoría de los pobres no emigran,
si no tienen recursos mínimos para sobrevivir, menos aún cuentan
con capital social que los apoye en su aventura migratoria.
En
cambio, con la crisis, en los sectores medios y medios bajos, se da
una situación de reversa, de pérdida de capital y de recursos, pero
no de expectativas. Para ser migrante hay que contar con capital
humano y capital social, lo que posibilita soñar con un futuro mejor
y poner en funcionamiento todos los contactos disponibles para hacer
el sueño realidad.
Un
sueño que puede convertirse en pesadilla si sucede que la crisis, de
la que se viene huyendo, se presenta en el país de destino. Es el
drama de cientos de miles de migrantes, especialmente en España,
donde la tasa de desempleo para los extranjeros es de 37 por ciento.
España
es un país de 47 millones de habitantes que necesitaba mano de obra
urgente, sobre todo para la construcción y los servicios, es decir
poco calificada, lo que a la prostre generó la crisis financiera o
del ladrillo, como les gusta decir a los españoles. Hoy en día, los
maestros albañiles, por más habilidosos, responsables y
trabajadores que sean, ya no encuentran trabajo y no lo encontrarán.
Como
diría un migrante ecuatoriano para vivir mal, mejor en mi país. En
efecto, vivir la crisis económica actual como inmigrante, debe ser
muy frustrante y complicado, por eso muchos optan por el retorno al
lugar de origen.
Ahora
es cuando cobra sentido el haber invertido en el país de origen. Los
migrantes que construyeron su casa en el pueblo de origen por lo
menos tienen un lugar a donde llegar sin pagar rentas o hipotecas. Si
además compraron un terreno, tienen una renta o un pequeño negocio,
el asunto de la sobrevivencia está solucionado.
Pero
la ciudad es un monstruo de mil cabezas, con mil oportunidades y diez
mil desempleados que llegaron primero a la cola.
Paradójicamente
el origen y el fin de la migración está en la crisis. La de ayer,
la de hoy y las que estén por venir.
Fuente: La
Jornada
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