Melissa sabe que, por mucho que estudie, nunca podrá, al menos de momento, optar por un trabajo. No por falta de vocación o estudios sino porque no tiene papeles. Como Melissa doce millones de indocumentados viven en Estados Unidos, algunos desde hace décadas, al margen del sistema, a su sombra, sin poder regularizar su situación porque Washington no ha sabido resolver el explosivo (más aun en año electoral) tema de la inmigración ilegal.
Melissa (prefiere no dar su apellido) habla y se expresa como una estadounidense. No le queda rastro del acento de
Pero sin papeles, no tiene futuro. Pese al miedo de su madre, Melissa ha decidido romper el silencio de los que malviven en situación irregular, y unirse al Consejo de
Los indocumentados viven en apariencia vidas normales. La madre de Melissa es empleada del hogar, Melissa es “mesera”, camarera, en un restaurante local. En Estados Unidos los ilegales pueden estudiar, porque las escuelas y las facultades no piden papeles de residencia, los niños tienen incluso seguro médico (hasta los 18 años) pero no pueden conseguir el carné de conducir, indispensable en un país donde no existe otra forma de documentación (no hay DNI). Melissa vive con su pasaporte colombiano, que el consulado le renueva sin problemas, pero no puede salir del país. Promesas incumplidas
Y no puede optar a becas: sólo
El Dream Act es una de las promesas incumplidas del Congreso estadounidense. La iniciativa (acrónimo por Development, Relief and Education for Alien Minors) lleva más de diez años en la agenda legislativa. El gobierno de Barack Obama tiró la toalla en 2010, incumpliendo así una de las grandes promesas del presidente hacia el electorado latino que le votó en 2008. La ley ofrece a los hijos de indocumentados que llegaron a Estados Unidos siendo niños y que a todos los efectos se comportan, piensan, viven y hablan como estadounidenses, un camino hacia la regularización, ingresando en el ejército o haciendo estudios superiores, con la ayuda de becas.
Ante la parálisis de Washington, en este y en muchos otros temas, los estados han decidido tomar la iniciativa. Texas, Nuevo México y California han adoptado sus propios Dream Acts, mucho más restrictivos, y Nueva York está en ello. Estas legislaciones no ofrecen realmente un camino hacia la legalización pero sí permiten a los ilegales tener acceso a becas para seguir sus estudios. No contemplan sin embargo el hecho de que, sin papeles, ninguno de estos estudiantes podrá optar a los puestos a los que teóricamente se están formando.
Hace dos semanas el Consejo organizó una marcha en Albany (capital de Nueva York) para tratar de convencer a los legisladores locales. Los demócratas están en gran parte a favor, pero los republicanos, mayoría en el Senado estatal, se oponen. A nivel nacional, la inmigración ha sido uno de los temas más conflictivos en los debates de las primarias conservadoras. La solución para los candidatos republicanos es más: más vallas, más control, más medidas de seguridad en la frontera o la “deportación voluntaria” mencionada por Mitt Romney.
Melissa estaba en el Congreso en octubre de 2010 cuando el Dream Act se quedó sin los cinco votos necesarios para su aprobación. “El debate fue muy duro. Tuve que quedarme callada mientras decían que nuestros padres eran criminales y que la única forma de resolver el problema migratorio era cerrar la frontera, fue una experiencia muy frustrante”.
En Nueva York no quedan tantos votos por conquistar, unos 25 en
El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg respalda el Dream Act. El gobernador del estado, Andrew Cuomo, no se ha pronunciado. Obama ha sido una decepción, reconoce Melissa, pero “está solo frente al Congreso y no puede luchar contra todos”, de todas formas con los políticos “hay que mantener las distancias”.
Publico
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