El presente artículo fue publicado en el periodico mexicano La Jornada
el día 6 de marzo de 2011.
En la crisis que están atravesando los países norafricanos, un enfoque
convocado por los países de la Unión Europea (UE) es el tema
migratorio. Los silencios y la inacción europea en estas semanas de
rebelión africana no sorprenden y, una vez más, atestiguan el fracaso
de un experimento unitario que hasta la fecha no se pudo cumplir. Sin
embargo, es justamente la más reciente rebelión la que está hoy
poniendo en entredicho la estrategia de la UE. La protesta en Libia
–más que otras– está hoy cuestionando de raíz tanto la política
migratoria europea como la imagen que se ha construido del fenómeno
mismo a lo largo de las dos décadas pasadas.
Mientras en Libia el coronel Kadafi reprime a la población haciendo
uso indiscriminado de todas las armas a su disposición –inclusive de
batallones de mercenarios extranjeros a los que paga, según testigos
directos, cerca de 2 mil dólares al día para matar libios–, la UE
tiembla en sus cimientos. No es sólo el temor muy justificado de que
las protestas del año pasado –en Irlanda, Grecia, Francia, España e
Italia– puedan renovarse esta primavera y cuestionar de manera aún más
radical la salida a la crisis propuesta en las cumbres internacionales
y luego declinadas con las llamadas medidas de austeridad; es también,
y sobre todo, la crisis de la llamada Fortaleza Europa.
Si durante años, los racistas que gobiernan a muchos países europeos
han denunciado laexcesiva tolerancia hacia la migración indocumentada,
hoy lo que sale a flote es la excesiva tolerancia que estos gobiernos
y la UE en su totalidad han aplicado a los regímenes norafricanos.
Durante al menos dos décadas, la UE ha hecho caso omiso a las
violaciones a los derechos humanos, a la falta de todo rastro
democrático en los países de la costa africana del mar Mediterráneo.
La razón es sencilla y excedió la real politik como hoy se demuestra:
Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto eran muy buenos socios en
las políticas de control migratorio.
Con el derrocamiento de los regímenes norafricanos entra en crisis la
pretendida externalización de las fronteras europeas. Por años los
gobiernos europeos se han dedicado a tomar acuerdos para que estos
países frenaran a las corrientes migratorias que desde el sur del
continente se dirigen a Europa. Dichos acuerdos prevén los patrullajes
conjuntos en territorio africano; el suministro de armas e
instrumentos de vigilancia; concesión de cuotas de ingreso (de
migrantes) a los países cooperantes; concesión de inversiones
económicas a cambio de la represión del fenómeno migratorio.
El caso del acuerdo Italia-Libia firmado en 2008 es emblemático en
este sentido. El gobierno italiano invirtió miles de millones de euros
en Libia a fin de proveer armas e instrumentos de control en la
frontera sur de Libia; construyó al menos tres centros de detención
para migrantes en suelo africano; pagó vuelos de repatriación de
migrantes detenidos en Libia (inclusive hacia países en guerra); tomó
acuerdos para la recepción de migrantes levantados (ilegalmente) en
las aguas internacionales del mar Mediterráneo; favoreció la
deportación de miles de potenciales refugiados que en Libia (país que
nunca firmó las convenciones internacionales sobre el tema) fueron
detenidos; calló y encubrió el homicidio de cientos de migrantes,
abandonados en la frontera sur de Libia, en pleno desierto del Sahara.
Hoy el gobierno italiano levanta el espantajo de una invasión
migratoria debida a la crisis en los países norafricanos. Afirman que
podrían llegar a las costas europeas entre 300 mil y medio millón de
refugiados. Sostienen que la crisis podría causar un verdadero éxodo
bíblico hacia el viejo continente. Por lo anterior, el gobierno
italiano pide el apoyo de la Unión Europea. Italia, que hizo siempre
caso omiso a las condenas de la UE de los mencionados acuerdos con
Libia, hoy exige su apoyo. La UE aún no responde.
Sólo la agencia Frontex, meramente militar y encargada de defender las
fronteras europeas, hizo eco de las alarmantes declaraciones
italianas: podrían llegar hasta millón y medio de personas.
Hasta ahora el temido éxodo no se ha visto. Lo que en cambio se ve es
que los tunecinos, los argelinos, los marroquíes, los egipcios, los
libios parecen estar ejerciendo el derecho a quedarse y a no migrar
forzadamente. Un derecho antiguo siempre violado en la perspectiva de
una mejor vida en el El Dorado europeo.
Hoy que la crisis global transforma paulatinamente también a la UE en
tierra de sacrificios y precariedad difusa, los ciudadanos
norafricanos parecen ejercer plenamente el derecho a decidir dónde
estar y a dónde ir. Si durante el apogeo de la globalización
hablábamos de libre circulación y de libertad de movimiento, hoy, en
la crisis sin perspectivas que vivimos, quizás podemos comenzar a
hablar de derecho de elección.
No es el fin de la movilidad humana lo que aquí se describe. Es
simplemente su autodeterminación. Las corrientes migratorias hacia
Europa no se pararán. Pero la situación actual bien puede permitirnos
afirmar que junto a las solicitación de asilo, en los barcos que
surcarán el Mediterráneo en los próximos meses se verán reflejadas la
rabia y la esperanza de miles de jóvenes ya no dispuestos a la fuga
como perspectiva futura y, en cambio, aptos para tomar el futuro en
sus manos y ejercer el derecho a elegir.
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