En esta entrevista a Alexánder Sequén-Mónchez, politólogo, escritor e investigador guatemalteco, publicada en elmundo.es, sostiene que ”el emigrante que sale de Latinoamérica no lo hace a la caza de los estados de bienestar, pensando en estafar a las sociedades desarrolladas, sino para salvaguardar su propia vida y el derecho humano de un futuro mejor”. Este fin de semana ha presentado en Madrid, donde reside desde 2005, un libro que indaga sobre el racismo y los movimientos poblacionales que han tenido como destino España en las últimas tres décadas.
El cálculo egoísta, como se titula la obra editada por Trotta, es el concepto que utiliza el autor para explorar uno de los aspectos más complejos de este proceso social, como son sus orígenes. Esta idea, explica, hace alusión a la decisión racional a la que llega alguien, empujado por las llamadas “sociedades desalentadoras” a elegir entre el progreso individual fuera de su tierra y la vida colectiva en su país. “La mala calidad de la política y la violencia extrema generan tanta incertidumbre y desasosiego que la persona trata de garantizarse un porvenir, ya que en su lugar ni siquiera ha sido considerado ciudadano”.
La persistencia de estas condiciones es la que pone en duda los datos oficiales que periódicamente anuncian la disminución de la población de nacionalidad extranjera, debido a las dificultades económicas que experimenta España, señala Sequén-Mónchez, que además es asesor en temas de política de la Casa de América. “Se pensó que la crisis iba a detener los flujos de inmigración, pero lo que ha hecho es volverlos más lentos: las personas intentarán otras maneras de abandonar sus países porque las necesidades siguen estando, pese a que resultará más costoso solventar la aventura”.
En la medida en que no se modifiquen las causas de estos desplazamientos, las estadísticas sobre el descenso del número de extranjeros serán poco confiables y significativas, advierte el investigador y considera a las políticas de retorno voluntario de España un ejemplo de ello. “Estos planes han fracasado porque se creía que, dándole al inmigrante dinero para volver a su país, el Estado iba a conseguir un poco de oxígeno ante la presión social, pero el espacio que ocupan quienes regresan será llenado por otros de forma inmediata”.
Racismo, a sus anchas en el lenguaje
Otras cifras que el autor cuestiona son las vinculadas al racismo. “Las encuestas no están ayudando a visibilizar el problema, que solo sale a la luz cuando ocurre un hecho de violencia y produce reacciones viscerales de un lado y de otro”, dice Sequén-Mónchez, quien documenta en su libro numerosas crónicas policiales que aparecieron en distintos diarios españoles entre 2002 y 2010.
El escritor recuerda el barómetro de opinión de enero, publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas, donde se indica que la principal preocupación de los españoles entrevistados es el paro. El racismo figura en el décimo sexto lugar, seguido por la inmigración, en el décimo séptimo. “El cuestionario con el que se recoge esa información está mal formulado porque, si le preguntas a la misma persona consultada por qué cree que hay desempleo, te contestará que es por culpa de los extranjeros que vienen al país a quitarle el trabajo, a cobrar por menos, a adueñarse del mercado”.
El lenguaje es el reservorio más evidente del racismo, a través de términos peyorativos como “merienda de negros”, “sudaca”, “república bananera”, entre otros, que están vivos en el vocabulario de las charlas cotidianas, la prensa, la televisión, el diccionario de la Real Academia Española y los círculos sociales, observa Sequén-Mónchez. “Se asume que estas palabras son inofensivas, pero son la antelación de un hecho violento que se producirá tarde o temprano porque contienen el desprecio, la condena a no ser persona a quien no es igual a ti por su lugar de procedencia, sus costumbres o sus rasgos físicos”.
Como explica el escritor, el racismo siempre se dirige a un inferior y la manera más sencilla de hacérselo saber es a través del lenguaje. “Inmigrante” implica una categoría más baja y es la palabra que posiblemente mejor resume “todos los odios” existentes hacia quienes no son nativos, añade.
“Difícilmente un latinoamericano podría protagonizar una publicidad, pero sí hemos visto piezas en las que participan argentinos, que son más aceptados: está claro que hay una clasificación de los extranjeros que es discriminatoria”. Los europeos que vienen al país, en cambio, pasan más desapercibidos entre los españoles y las oportunidades de trabajo son más abiertas para ellos, apunta el investigador.
El gueto, como en casa
Entre el rechazo local y la distancia, el gueto funciona como un refugio para muchos inmigrantes, en especial para aquellos que tienen raíces aborígenes, afirma Sequén-Mónchez, porque son los que soportan mayor hostilidad. Constituyen el objeto ideal del estereotipo racista: el “panchito”, perezoso, que habla bajito, relata. “La salida que hallan estas personas es el espacio familiar que se extiende al espacio social, como sucede en los parques de Casa de Campo de Madrid, por ejemplo, que se convierte todos los fines de semana en un lugar de fiesta para estos grupos, como ecuatorianos, peruanos y bolivianos”.
Llegar a una de estas grandes ciudades representa un “choque cultural” para muchos inmigrantes porque no tienen la experiencia ni la idea de una metrópoli, subraya el investigador. “Pasan de una realidad feudal a la modernidad al montarse en un avión que los trae a Europa”.
El gueto, reconoce el autor, compensa psicológicamente este cambio y ayuda a insertarse, pero puede ser un ámbito de muchos abusos con los recién llegados que necesitan trabajos o documentación. En muchos casos, además, reproduce prácticas discriminatorias hacia las personas pertenecientes a otras nacionalidades latinoamericanas, observa.
Es un escenario buscado por muchos de los que vienen a radicarse al país y, a la vez, el “talón de Aquiles” de la inmigración en España. El Estado también fomenta el gueto, según Sequén-Mónchez, a través de las comunidades autónomas y la figura del Centro de Participación e Integración, que está diseñado institucionalmente por países. Por ejemplo, el CEPI Hispano-Boliviano, el CEPI Hispano-Colombiano, como puede verse en Madrid.
Estos servicios de asesoramiento y ayuda, planteados por nacionalidad, no colaboran en el fortalecimiento de los vínculos con la sociedad local, opina. “El Estado no está para integrar peruanos con peruanos ni ecuatorianos con ecuatorianos, sino extranjeros con nativos”.
La propia educación debe promover la convergencia en las aulas de españoles e inmigrantes, dice el autor, en alusión a las noticias sobre la existencia, en distintas ciudades, de “escuelas gueto”, aquellas donde determinados grupos étnicos tienen más presencia como resultado de una selección previa de los alumnos, según el último informe de la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia.
Para Sequén-Mónchez, que españoles e inmigrantes compartan la clase resulta fundamental para la integración porque rompe la ligadura con el gueto. “La educación tiene que formar ciudadanos independientemente de su origen, que acepten compartir las mismas reglas dentro de un mismo territorio”.
La reticencia a la política
Como señala el investigador, el mantenimiento de las costumbres y el idioma es muy positivo, pero no hay que perder de vista que el contexto sociocultural en el que se desenvuelve el extranjero ha dejado de ser su tierra y es España. La prensa inmigrante, analiza el autor, si bien cumple una labor muy importante en la reflexión sobre las leyes y políticas locales que afectan a estos grupos, es un “objeto de consumo para la nostalgia”, a través de la recuperación de la cultura popular de los distintos países de origen de sus lectores en sus páginas.
“Hace falta una visión política a largo plazo, que permita a este colectivo convertirse en un interlocutor del Estado porque la comunidad inmigrante no puede limitarse a comentar las normas de Extranjería después de que se han emitido”. El gueto, indica el escritor, impide que tenga voto, que conforme una plataforma social que la represente y pueda ejercer presión. Hay periodistas y abogados que trabajan en este sentido, pero es necesaria una voz que aglutine a esas voluntades, sostiene Sequén-Mónchez.
Uno de los tramos de su libro hace hincapié en la ausencia de líderes intelectuales entre los inmigrantes. “Las cabezas pensantes de la universidad o del mundo de las letras con quienes comparte extranjería afrontan los problemas comunes a distancia; no desean pelearse con el poder y no presagian interés o solidaridad”. El movimiento por los derechos de estos grupos, ironiza, no vendrá desde “donde se disimulan orígenes y se ruegan privilegios”.
A diferencia de Estados Unidos, la inmigración latinoamericana en España ha sido muy poco organizada políticamente, recuerda. “Los logros allí alcanzados fueron conseguidos a través de luchas que lamentablemente aquí no se han librado; es más, ni siquiera se han iniciado”.
En Estados Unidos, los extranjeros han salido a la calle, han mantenido un pulso sano con el poder político y han sido tomados en cuenta, agrega. “Es otro tipo de inmigración y debería verse como un ejemplo: la residencia ganada a través de la capacidad crítica”.
El interrogante es por qué apenas el 13% de los ciudadanos no comunitarios, en condiciones de votar en España, se ha inscrito en el censo electoral para los comicios municipales del 22 de marzo, como informó el Instituto Nacional de Estadística en febrero. La respuesta que encuentra Sequén-Mónchez, en el caso del latinoamericano, es que “no cree en la política, no se ve representado y piensa que todo lo que se relacione con el Estado será en su perjuicio”.
Otras razones que suelen postularse es que la inmigración en España es reciente, en comparación con Estados Unidos, donde tiene un carácter histórico, pero el proceso ya lleva entre 25 y 30 años de desarrollo, como describe Sequén-Mónchez en su trabajo. “Desde que el país pasó a formar parte de la entonces Comunidad Europea, a mediados de los 80, tuvo que abordar este tema y lo hizo a través de la Ley Orgánica 7 de Derechos y Libertades de los Extranjeros de 1985, criticada por su carácter restrictivo”.
El libro no quiere ser una “apología del inmigrante ni un ataque a España”, sino un enfoque crítico de ambos, aclara el autor. “Existe el mito de que hay una visión de este fenómeno desde la derecha y otra desde la izquierda en el país, pero la verdad es que hay una sola, que es policial y sigue la dirección de la Unión Europea”. Los latinoamericanos, insiste el escritor, tienen que participar más de la vida pública española.
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