Domingo, 16 de enero, se celebra la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado bajo el título: “Una sola familia humana”. Es la voz esperanzada del Papa, que quiere hacerse oír en medio de la grave situación por la que atraviesa nuestra sociedad y que tan negativamente repercute en numerosas familias, muy especialmente en las familias emigrantes. Lo dicen en su mensaje para esta efeméride, los obispos de la Comisión Episcopal de Migración de la Conferencia Episcopal Española.
Los derechos de los emigrantes a vivir como miembros de la familia humana y la obligación correspondiente hacia ellos de acogida, ayuda, solidaridad y fraternidad –dicen los obispos- tienen su fundamento en la condición de todos los seres humanos como hijos del mismo Padre Dios, de la que se deriva la común vocación de hermanos. Tenemos un origen común. Tenemos un camino común, aunque vivamos diferentes situaciones.
Otra circunstancia en el camino común es el fenómeno de la globalización, con su ambigüedad de ventajas e inconvenientes. “Al respecto, -escribe Benedicto XVI, en su Mensaje para este año- la Iglesia no cesa de recordar que el sentido profundo de este proceso histórico y su criterio ético fundamental vienen dados precisamente por la unidad de la familia humana y su desarrollo en el bien. Por tanto, todos, tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuyo destino es universal. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir”.
«En una sociedad en vías de globalización - dice también el Papa - el bien común y el esfuerzo por él han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones, dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre. Contrasta con este cuadro ideal la dura realidad, agravada por la crisis económica y no siempre favorecida por las leyes, que afectan a los emigrantes y refugiados. Surgen el miedo al extraño, el rechazo a la hospitalidad… Se hace necesario, entonces, rescatar la centralidad de la persona humana y de su dignidad, con sus correspondientes e inalienables derechos y deberes.
Palabra e instrumento clave en este proceso es el diálogo en todas sus variantes, empezando por el diálogo de la vida, el diálogo intercultural y, en el campo religioso, el diálogo ecuménico y el interreligioso. En su mensaje, el Papa Benedicto XVI nos invita a tener una especial atención y prestar especial servicio a los refugiados y demás emigrantes forzados por la violencia, a los que “se les debe ayudar a encontrar un lugar donde puedan vivir en paz y seguridad, donde puedan trabajar y asumir los derechos y deberes existentes en el país que los acoge, contribuyendo al bien común, sin olvidar la dimensión religiosa de la vida”.
Consideración especial dedica también el Santo Padre a los estudiantes extranjeros e internacionales, que son cada día más numerosos, para los que pide estar atentos a sus problemas concretos. Ellos son “una categoría socialmente relevante en la perspectiva de su regreso, como futuros dirigentes, a sus países de origen. Constituyen «puentes» culturales y económicos entre estos países y los de acogida, lo que va precisamente en la dirección de formar «una sola familia humana».
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