“Estamos ante el ‘coletazo’ de la mezcla de huracanes que han destruido
infraestructura, accidentes de tren y matanzas que han hecho que la atención a
inmigrantes se incremente”, expone la activista Martha Sánchez, del Movimiento
Migrante Mesoamericano.
Justamente, el 23 de
agosto de 2010 se perpetró una masacre de inmigrantes en tránsito hacia Estados
Unidos que conmocionó a la opinión pública nacional e internacional: 14 mujeres
y 58 hombres fueron asesinados en el nororiental estado de Tamaulipas por el
cartel del tráfico de drogas conocido como Los Zetas.
En México hay 54
refugios situados en los puntos por los que discurre el tránsito migratorio, a
través muchas veces de trenes de carga. Uno de esos lugares es administrado por
organizaciones laicas de la sociedad civil y los 53 restantes por la Dimensión
Pastoral de la Movilidad Humana, adscrita a la Iglesia Católica.
Cada año unas 500.000
personas se internan en la frontera sur mexicana para cruzar el país e ingresar
a Estados Unidos por el límite fronterizo del norte, según organizaciones pro
derechos de los inmigrantes y expertos.
Esa ruta de 5.000
kilómetros de largo está sembrada de abusos, secuestros, extorsiones y otras
agresiones, a manos de organizaciones criminales con la connivencia de policías
y funcionarios migratorios, denuncian activistas y migrantes en tránsito.
“Los albergues son
espacios de protección y de denuncia pública y judicial”, comentó Alberto
Xicoténcatl Carrasco, director de la Casa del Migrante Posada Belén, en el
municipio de Saltillo, en el norteño estado de Coahuila. “En algunas zonas se
ha agudizado el problema contra los albergues y hay otros espacios que no han
sido del todo visibilizados. Estamos viendo que se están moviendo muchos
intereses contra estas instalaciones”, explica.
Su centro acoge
semanalmente entre 200 y 300 inmigrantes, quienes permanecen en el lugar una
media de una semana para proseguir hacia el vecino del norte. En los albergues,
los viajeros indocumentados encuentran comida, cama, ropa limpia, aseos y
asesoría sobre las medidas a tomar para disminuir su vulnerabilidad. Esos
sitios de acogida sobreviven mayoritariamente de donaciones de ropa, víveres y
medicamentos.
“Es el resultado de
las políticas hacia la migración. Es el principal problema”, asegura el obispo
de Saltillo, Raúl Vera, uno de los más fervientes defensores de los derechos de
los inmigrantes en situación irregular, que llegan al país en tránsito o para
quedarse.
Los activistas acusan
al gobierno mexicano de instrumentar políticas represivas contra la
inmigración, bajo el enfoque de la seguridad nacional, que son ineficaces en
desmantelar la complicidad de funcionarios y policías con las bandas criminales
que atacan a las personas indocumentadas.
“Los albergues se
interponen entre los inmigrantes y los intereses de quienes quieren
beneficiarse de ellos. Por su vulnerabilidad, son presa fácil de los
delincuentes”, indicó Jorge Andrade, miembro del colectivo Ustedes Somos
Nosotros.
Esa organización apoya
al Refugio San José, en el municipio de Huehuetoca, en el central estado de
México, colindante con la capital y por el que se prolonga.
Esa organización no
gubernamental cooperaba con víveres para la Casa del Migrante San Juan Diego,
en el municipio de Tultitlán, en el mismo estado. Pero el centro se vio forzado
a cerrar en julio, por la presión de la ciudadanía local, que cada vez se
resiste más a tener los albergues migratorios en su entorno.
Los responsables del
centro montaron entonces un campamento bajo un puente, cerca de las vías del
ferrocarril, pero también fueron expulsados por la población inconforme. Ante
ello, el gobierno estadual los reubicó a unos 30 kilómetros de Tultitlán. En
San José se rotan ahora solo unos 180 indocumentados, que pueden pernoctar ahí
por un máximo de tres días.
Estos infortunios
ejemplifican el acoso que sufren los refugios para los centroamericanos en
situación irregular, lo que agrava las poco humanas condiciones en las que se
movilizan los viajeros que cruzan México sin la documentación requerida. Para
los activistas, la creciente precariedad de los albergues es una evidencia más
del déficit en materia migratoria legado por el presidente conservador Felipe
Calderón, cuyo mandato sexenal culminará el 1 de diciembre.
De un presupuesto
total anual de 136 millones de dólares, el Instituto Nacional de Migración ha
usado este año solo 1,4 millones en protección de emigrantes e inmigrantes,
repatriación y acompañamiento de menores. El resto se destina a actividades
operativas y administrativas. Esa dependencia deportó a sus países de origen
durante el primer semestre del año a unos 41.828 centroamericanos, en su
mayoría guatemaltecos y hondureños.
El reclamo de mejores
políticas migratorias y el combate a la impunidad en abusos contra los viajeros
sin papeles marca la conmemoración de la llamada masacre de Tamaulipas,
acaecida en el poblado de San Fernando. Fue un crimen colectivo que desnudó los
vicios de la política migratoria mexicana, contaminada por las mafias
criminales, aseguran activistas y expertos.
“Me impresiona que no
haya habido una mejor respuesta. El nivel de impunidad es lamentable. Es muy
preocupante que la sociedad mexicana no se indigne frente a los (abusos) a
migración”, señaló Leticia Calderón, jefa del área de Sociología Política y
Económica del estatal Instituto de Investigaciones José María Luís Mora.
De las 72 víctimas, en
su mayoría centroamericanos, 13 fueron enterradas en una fosa común, sin
identificación alguna. “Lo que leemos en esta cadena de impunidades significa
sufrimiento, muerte, tortura y destrucción de personas y familias enteras”,
dijo Vera a IPS.
La situación cada vez
más precaria de los albergues forma parte de la agenda del XIII Taller Nacional
de la Pastoral de la Movilidad, que va a realizarse entre los días 28 y 30 de
este mes en la ciudad de Morelia, en el centro-occidental estado de Michoacán. “Más
allá de que sea la labor específica de la Iglesia Católica, debe haber un
diálogo entre el gobierno, las poblaciones locales y las organizaciones, para
llevar a cabo ese trabajo”, sugirió el activista Andrade.
Además, las
organizaciones de la sociedad civil y el gobierno mantienen una pugna por la
elaboración del reglamento de la Ley de Migración de 2011, debido a que el
Poder Ejecutivo no ha incorporado sus propuestas al borrador.
El contencioso llegó a
los tribunales mexicanos en junio, cuando la no gubernamental I(dh)eas Litigio
Estratégico en Derechos Humanos presentó un amparo por la falta de consulta a
la sociedad civil organizada y la no incorporación de sus puntos de vista. El
recurso fue rechazado entonces, pero el lunes 20 una corte de apelación
resolvió que el tribunal debía revisar el amparo interpuesto. La norma del año
pasado despenaliza entrar en el país indocumentado y reconoce los derechos
humanos de los inmigrantes, pero cancela la posibilidad de conceder visas
humanitarias para los viajeros en condición irregular.
Fuente: Periodismo
Humano
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