Más del 3 % de la
población mundial —244 millones— son migrantes internacionales,
y la población inmigrante en Estados Unidos está alcanzando los 50 millones. En
nuestro hemisferio, México guía el camino con 12 millones de inmigrantes
en EE. UU. De Honduras, capital mundial del asesinato, y Guatemala y El
Salvador, 4to y 5to lugar respectivamente en homicidios, miles continúan
huyendo de la violencia y pobreza en sus países. En Cuba, desde 1959, cerca del
18 % de la población ha escapado de la isla buscando libertad
Las
motivaciones para dejar la patria son diversas, pero esencialmente caen en una
categoría económica o política, o ambas. Fundamentalmente, emigrar expresa un
deseo de libertad para mejorar nuestra calidad de vida.
Las políticas de inmigración son altamente impugnadas en Europa y Norteamérica, y mientras las
democracias liberales pueden ser abiertas e inclusivas, a menudo son
restrictivas y excluyentes. Más recientemente, en respuesta a actos de
terrorismo internacional, la inmigración se vincula a preocupaciones de
seguridad nacional, y los políticos actúan hostilmente hacia los inmigrantes.
Típicamente, el debate sobre inmigración incluye temas como:
“una nación tiene derecho a rechazar la entrada de extranjeros; los
inmigrantes erosionan la cultura de una nación; trabajan por menos salario y
quitan trabajos a los nacionales; quieren vivir de ayudas del gobierno;
cometen un número desproporcionado de delitos; la seguridad y la sanidad
requieren restricciones inmigratorias obligatorias”.
En Estados Unidos los conservadores fundamentan en esos
temas su caso contra la inmigración abierta, y los liberales la defienden sobre
principios de compasión, la tradición americana de darles la bienvenida y los
aportes socioeconómicos de los inmigrantes. Este es un debate político
intelectualmente estéril que no responde una pregunta moral fundamental: ¿Las
personas tienen derecho a emigrar?
Pero más
importante, significa que la inmigración es un derecho individual. Y
precisamente porque el argumento libertario para fronteras abiertas se basa en
derechos individuales, raramente se evoca por los americanos liberales que
favorecen políticas colectivistas en conflicto con derechos individuales.
Como
individuos deseamos libertad para pensar y actuar con nuestro mejor juicio.
Queremos producir riqueza y utilizarla como medio de construir mejores vidas
para nosotros y nuestras familias. Y tenemos un derecho natural a actuar de acuerdo con nuestro
juicio siempre que no violemos los derechos de otros.
El
derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad es el derecho para
actuar según nuestros requerimientos, el derecho a vivir libres de
restricciones coercitivas, y el derecho a perseguir nuestros sueños. Si
nuestras acciones no violan los derechos de otros, somos moralmente libres para
actuar. Cuando los migrantes escogen marcharse de su patria buscando una vida
mejor, actúan racionalmente.
Hay pocas
dudas de que la libertad de movimiento dentro de un país es un derecho humano
básico, y no existe argumento ético que justifique tratar diferentemente a las
personas solo porque nacieron más allá de nuestras fronteras. Los derechos
naturales no lo son en virtud de dónde nacimos: son universales.
En
contraste, las naciones-estados son creaciones europeas relativamente nuevas
(siglo 19), con jurisdicción limitada circunscrita dentro de las fronteras de
esa nación-estado. Las políticas restrictivas de movimiento y migración de los
estados totalitarios violan el derecho individual a la libertad de movimiento.
En la
visión libertaria, las personas
que desean cruzar legalmente una frontera para buscar su felicidad tienen
derecho a hacerlo. Los inmigrantes aspiran legítimamente a vidas de libertad y
felicidad. Sin embargo, las fronteras significan algo.
www.miguelimigrante.blogspot.com
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