La voz se corrió en Igbo, un pueblo ubicado a 677 kilómetros de
Abuja, la capital de Nigeria: la Argentina, principalmente Buenos Aires, ofrece
empleos y altos sueldos, salud y educación gratuitas, y una política migratoria
que facilita la radicación con relación a los países europeos. Este escenario
sedujo a comienzos del año pasado a Ethel, un agricultor de 32 años de ese
poblado, que por la difícil situación económica de su familia decidió vender su
casa para pagar los 5500 dólares que requería llegar al país y, así, poder
cumplir con el anhelado "sueño argentino".
Su llegada se sumó a la de nuevos migrantes africanos de países como
Nigeria, Ghana, Gambia y Camerún, que en los últimos años aumentaron su
presencia a lo largo de la avenida 9 de Julio, Florida, Lavalle, Pueyrredón y
Corrientes.
Según el censo de 2010, fueron 214 los ciudadanos de esos cuatro países
que se registraron en la Argentina. Los datos de la Dirección Nacional de
Migraciones revelan que hasta el primer semestre del año pasado se concedieron
un total de 391 permisos de radicaciones a ciudadanos provenientes de esos
países. Es decir, un 82,7% más. Sin embargo, las organizaciones no
gubernamentales consultadas estiman que las cifras oficiales no cuentan cerca
de 1000 indocumentados. La mayoría reside en microcentro y la zona de Once.
Ethel tomó un vuelo que tardó dos días desde Abuja hasta Quito, Ecuador
(país al que llegó con visa de turista), e hizo una escala en Amsterdam. Ése
fue el comienzo de su travesía. Desde la capital ecuatoriana, tardó dos semanas
para llegar a Buenos Aires. Atravesó Perú y Bolivia, sólo esta etapa le costó
2500 dólares.
"Lo primero que pensé fue en trabajar en lo que sea, ayudar a mi
familia y, de ser posible, traer a uno de mis seis hermanos", relata en
una mezcla de español e inglés el hombre de 35 años, que con ayuda de otros
amigos africanos se dedicó a vender ropa para mujer cerca de la estación de
Once. Ese trabajo le permite enviar hasta 400 dólares mensuales a su familia en
el país africano, casi tres veces más de lo que él cobraba allá.
Muchos de los nuevos migrantes envían a sus países entre 200 y 800
dólares mensuales. Pero reunir ese dinero, dijeron varios consultados, no es
sencillo: las jornadas de trabajo se extienden hasta por 12 horas y de domingo
a domingo. No les queda mucho tiempo para el esparcimiento, que se distribuye
en alguna cena con sus pares. Otros, que profesan el islamismo, se dan un
tiempo para asistir a alguna mezquita los viernes.
Sobre la avenida Corrientes está Mary Manni, de 30 años. Ella llegó en
noviembre pasado desde Kumasi, Ghana, para vender anteojos de sol y carteras.
La tarea no es fácil, reconoce, porque su lengua es el inglés y solamente habla
unas pocas palabras en castellano.
Ella dice que llegó atraída por la idea de encontrar nuevas
oportunidades "lejos del calvario" que vivió en su país por la falta
de empleo y estudios. "Al principio me dio miedo porque no conozco la
lengua ni la forma de ser de los argentinos. Es más, nunca antes había
escuchado sobre la Argentina", cuenta después de recordar que perdió a sus
padres de pequeña y que pudo llegar a Buenos Aires con ayuda económica de
miembros de una iglesia cristiana en su país.
Mary cree que aunque las autoridades no les permiten trabajar en la
calle, siempre hay una luz que aquí les permite vivir con dignidad: "Antes
en Kumasi yo dormía en la calle, no tenía ropa, no tenía comida. Pasé mucha
hambre, es doloroso recordar aquello... Aquí no hay riquezas, pero vivo
tranquila".
Tras un certificado
Ackhast Balthzart, presidente de la Unión Civil África y su Diáspora,
señala que uno de los principales problemas de los nuevos migrantes es la
dificultad para acceder a alguno de los requisitos para conseguir el documento
nacional de identificación: el certificado de antecedentes penales en el país
de origen es uno de ellos. Este trámite, dice, puede tardar hasta un año. Y se
dificulta para los ciudadanos de Gambia, Camerún y Ghana, que no tienen
representación diplomática en la Argentina.
Además resalta la organización que muchos de los nuevos migrantes no
están considerados en las estadísticas de ingreso o residencia en el país
porque entraron a través de puntos fronterizos clandestinos.
Justamente Dilly, camerunés de 23 años, es uno de ellos. Llegó a
mediados del año pasado a Buenos Aires luego de haber vivido siete meses en
Brasil y no ha podido aún presentar la solicitud para la residencia argentina.
"Uno de los requisitos que nos dificultan el trámite es el certificado de
antecedentes penales, muchos vivimos en la ilegalidad", indica el joven,
que dice que ayuda a su familia cada mes con envíos de hasta 300 dólares.
Estima que vivirá unos tres años en el país y regresará para estudiar una
carrera y dedicarse al comercio. "Todos los días trabajamos porque el
propósito es reunir dinero para ayudar a nuestra gente, comprar alguna
propiedad allá o traer algún familiar. Cada día es un círculo que no termina
porque hacemos lo mismo siempre."
Las historias detrás de los recién llegados
Enviar dinero a los familiares, una de las metas
Mary Manni de Ghana
"Al principio, me dio miedo Buenos Aires porque no conocía la
lengua ni la forma de ser de los argentinos. Es más, nunca antes había
escuchado sobre la Argentina"
Ethel de nigeria
"Lo primero que pensé cuando llegué fue en trabajar en lo que sea,
ayudar a mi familia y, de ser posible, traer a uno de mis seis hermanos"
Dilly de Camerún
"Trabajamos con el propósito de reunir dinero para ayudar a nuestra
gente, comprar alguna propiedad allá o traer a algún familiar"
La Nacion
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